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Invierno en Yugoslavia
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desde 01/12/2003
YUGOSLAVIA

Con las manos entrelazadas a la espalda, la frente húmeda de sudor y sangre, y las ropas todavía desgarradas por la batalla, Sir HUGER oteaba el horizonte con la mirada perdida. Desde su atalaya, el Castillo de Paspalj en lo alto de las Colinas de Dragomir, alcanzaba a ver la capital devastada, cientos de acres de tierra de cultivo arrasados y a su enemigo aún en retirada.

Deseó con todo su corazón que lo que sus ojos ahora contemplaban fuera accidente o anécdota, pesadilla de un lugar y un momento, algo irreal, algo falso. pero no. Él lo sabia: toda Yugoslavia dibujaba hoy el mismo paisaje.

Yugoslavia tenía nuevo rey, sí, pero ¿a qué precio?

Casi cien mil soldados habían caído en los enfrentamientos, docenas de aldeas y pueblos habían sido abandonados por miedo a rapiñas y asaltos de las diferentes tropas, familias descabezadas, niños y mujeres abandonados a su suerte y la totalidad de la cosecha echada a perder. . "Si hubiera sabido que Linx "el negro" había desaparecido todo esto se podía haber evitado" pensó al tiempo que él mismo se quitaba esta idea de la cabeza "no, no se pude mirar atrás.". Y tenía razón, no se podía...

El crudo invierno volaba en círculos sobre una nación dividida y sin alimento, y él, ya Rey, tendría que buscar solución a ambos problemas, y una solución rápida. Así, según su entendimiento solo se cabía una posibilidad, una opción: triunfar en el frente interliguero.

Para ello, en primer lugar debía atraerse el favor de Sir Dorian y Sir Maltratala; buscando lo cual les otorgaría tierras, títulos y un perdón público. Después echaría mano de las tropas que aun a él le quedasen a las que se unirían las de los hasta hoy enemigos, para luchar mas allá de las fronteras. Con esto lograría dar un golpe de efecto a la situación y alejar lo más posible a los ejércitos, enemigos y no enemigos, de tierras yugoslavas además de buscar un enemigo común no yugoslavo que uniría a las distintas facciones. El problema de la unidad estaba solucionado y si con las batallas consiguiesen tierras quizás también a un tiempo se solucionase el problema de los alimentos (las cosechas de sus vecinos ocuparían el lugar de aquellas con que acabo la guerra). "Si." pensó "la Interliga es la solución.

Hizo un gesto con la mano y el arquero que, firme y a unos metros de él hacia guardia protegido por una almena, se acercó con diligencia.

"Soldado haz llamar a Sir Gauzale y haz que venga un mensajero"- le dijo.

En no más de cinco minutos el principe apareció con paso rápido por la portezuela de la torre y, sin hacer apenas caso a la reverencia de un mensajero con el que se cruzó, se acerco al monarca. En su cara se alcanzaba a ver el cansancio y felicidad que el fin de la guerra habían traido pero, a un tiempo, sombras de duda y preocupación.Y es que, inmerso en la celebracion de la reciente victoria, la repentina llamada de su padre le había sorprendido, despertando en el una mala corazonada.

Echando a un lado capa y espada, Sir Gauzale se arrodilló sin decir nada.

"He hecho llamar a Sir Dorian y Sir Maltratala a la corte, y he ordenado que los juglares canten en pueblos y aldeas el perdón y la amistad que el nuevo Rey yugoslavo les ofrece"

"Pero mi señor." alcanzó a decir Gauzale mientras se levantaba indignado. Pero el Rey y el peso de su mirada, hicieron recapacitar al joven que volvió a posar rodilla en tierra y agachó la cabeza avergonzado.

Cambiando de tema y volviendo una vez mas la mirada al frente, para restar importancia al incidente, el Rey se interesó por los cadetes que durante las batallas se habían dedicado como reserva a continuar con su adiestramiento en los cuarteles. "Tienen las estats a tope, mi señor" respondió Sir Gauzale sin atrevese tan siquiera a levantar la mirada de las botas de su padre. A lo que el rey contestó complacido pero con un laconico "Bien, nos harán falta.".

Despues de unos segundos de silencio el rey continuó:

"Hijo, reorganiza las tropas y haz venir a los nuevos soldados, pues en cuanto los hermanastros de Linx lleguen, habremos de ensillar nuevamente nuestros caballos de guerra y dirigirnos a la Interliga".

El principe vio como el rey endurecía el gesto y se le entrecerraban los ojos en un gesto como de dolor: Después de un largo silencio el rey continuó: "Yugoslavia ya esta harta de guerras... démos a probar un poco de dolor a nuestros vecinos". El príncipe asintió contrariado, se levantó haciendo una reverencia y desapareció por la portezuela de la torre todavía contrariado por la palabras de su padre.

Por el rostro del Rey, sólo pero aún con las manos entrelazadas y la mirada perdida, resbaló huerfana una lagrima. A lo lejos, sobre el horizonte asomaban ya los colmillos de un invierno hábido de sangre. Sir Huger, se estremeció: jamás en su dilatada vida habíase sentido tan sólo.

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